Hobbes revisited.

Seis décadas después de su nacimiento nadie pone en duda que la unión a través de la UE entre países que habían estado enfrentados durante siglos en distintos conflictos bélicos ha sido uno de los principales éxitos del continente, al haber proporcionado a los europeos más de sesenta años de paz y prosperidad.
Sin embargo estamos asistiendo en los últimos tiempos a un profundísimo desgaste de la idea de Europa como bloque unitario capaz de actuar como un actor internacional relevante. La crisis económica global está teniendo un impacto especial en Europa, lo que ha derivado en una cierta tendencia por parte de los miembros de la UE a repetir los errores cometidos en ocasiones pasadas en las que los problemas económicos globales fueron respondidos sólo con respuestas nacionales. Así lo expresa Lluís Bassets en su blog Del Alfiler al Elefante, en un artículo titulado «El Lobo Europeo».

 


La UE lleva mucho tiempo inmersa en una crisis de legitimidad democrática. Desde hace años se acusa a las instituciones europeas de no representar a los pueblos, de primar las opiniones de los jefes de estado y de gobierno reduciendo cada vez más el espacio en el que pueden actuar organismos de carácter más democrático, como la Comisión o el Parlamento Europeo.
Sin embargo la crisis económica añade un plus de gravedad a esta afirmación. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial y hasta en 2009, las sociedades y los Estados europeos compartían una serie de prioridades como el estado del bienestar, la democracia liberal o la construcción de ese proyecto común que es la Unión Europea. Sin embargo, recientemente, asistimos a un divorcio entre los Estados, vulnerables y empobrecidos, y sus sociedades, infelices con las medidas financieras y económicas que deben tomarse para guardar el orden político y económico que hasta ese momento funcionaba mejor o peor.
La politóloga Ruxandra Stoicescu, y utilizando también a Hobbes, propone en un interesante artículo en el diario suizo Le Temps, volver al siglo XVII, a los orígenes del Estado y de la moderna filosofía política, para entender la situación actual. Los siglos XVII y XXI en Europa tienen mucho en común. Llamado por algunos historiadores como del siglo de la crisis generalizada, el siglo XVII fue la época de la guerra civil inglesa y las guerras de religión que sobre Europa. Era un momento de crisis económica para las cortes reales del Renacimiento, con excesivo gasto e inventando innumerables tasas e impuestos para financiar guerras.
Fue entonces cuando Thomas Hobbes desarrolló una teoría acerca de la relación Estado-sociedad. En un momento de levantamientos contra el poder absolutista, Hobbes ve al Leviatán, al Estado, como aquel que saca a los hombres del estado de guerra de todos contra todos que caracteriza al estado de naturaleza, un estado en el que reina el miedo.
El contrato social entre los ciudadanos y el Leviatán es un contrato de confianza por el cual se cede al Estado el poder de actuar con su propia autoridad, de representar y actuar en nombre de todos los ciudadanos para lograr el bien común.
Durante mucho tiempo, ese bien común fue definido por los Estados europeos como una combinación de elementos políticos, sociales y económicos, generalmente subordinados a la política. Sin embargo en menos de 20 años hemos asistido a cómo los objetivos políticos se empezaban a expresar con el lenguaje de las finanzas y la economía. Se habla de rentabilidad de los Estados, a los que se valora en función de sus capacidad para devolver las deudas a los mercados internacionales en lugar de en función de sus capacidad para proveer a sus ciudadanos de un determinado nivel de vida. Y termina Stoicescu su artículo señalando que el Estado, en algún punto del camino entre la conquista del mayor beneficio para el mayor número de ciudadanos y su metamorfosis en actor de mercados y bolsas, ha subcontratado su principal función de guardián de la definición del bien común a los mercados, cuyo funcionamiento recuerda al del estado de naturaleza.


El conjunto del Estado ha sido sustituido por actores que representan sólo a una parte de la realidad humana y que representan, por tanto, sólo una visión parcial. Esto es lo que las sociedades reprochan a los Estados. Y ante la imposibilidad de salir del contrato social les piden que vuelvan a la perspectiva anterior que definía de manera equilibrada los intereses de cada grupo.
No todo está perdido. El viento parece empezar a soplar en esa dirección. La previsible victoria de Hollande en Francia parece devolver una cierta esperanza a aquellos que exigimos que el Estado recupere su lugar siendo capaz de domeñar a los actores económicos. A ello se une la posibilidad de que en Alemania cambien las cosas a partir del año que viene. No es que Merkel vaya a ser sustituida en el cargo por los socialdemócratas, pero sí parece plausible la posibilidad de que, ante el hundimiento de los liberales con los que actualmente gobiernan los conservadores alemanes, surja una coalición entre la CDU y el SPD, lo que a la vista de las opiniones del líder de esta formación, como la que aquí podemos leer, podría dar lugar a un cambio de rumbo por parte de Alemania y con ella, de la Unión Europea.

¿Wishful thinking? Quizás, pero no hay que perder la esperanza

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